7/9/09

APATIA- RELATOS DE JULIAN (UNA VEZ)

Una vez, cuando la dichosa zona rosa era tan adolescente como nosotros y los pequeños bares decidieron competir con los precios de las económicas licoreras, Lucas y yo estábamos en un barcito que prometía barra libre por una suma relativamente baja. El sitio garantizaba por esa sola módica tarifa, que se pagaba a la entrada, todo el vodka, ginebra, ron y aguardiente que se pudiera tomar.

Sobra decir que bebimos mucho. Todo la gente que va a un sitio así bebe demasiado, a eso van. Luego el espectáculo es patético y surrealista, como un kindergarten obsceno lleno de lujuria y rabia y conformismo y vomito y golpes desatinados, todo a la vez. Todo un show.

El caso es que no fue suficiente para nosotros y Lucas decidió pedir un whisky, por que había visto una foto de su papá con una botella de whisky y Lucas, en todo caso, odia a su papá, a quien ni recuerda ya. Y yo quería tomar tequila por que me gusta como emborracha rápido el tequila.
Luego tomamos dos tragos más de las bebidas no cubiertas en la oferta de barra libre y pedimos la cuenta.
Los dos tequilas y los dos whiskys costaban lo mismo que cuatro entradas a la barra libre y por supuesto, no teníamos todo ese dinero.

Procedimos a explicar esta situación a la mesera, quien a su vez intento explicarle al administrador, quien no dudo en mandar llamar dos individuos enormes de esos denominados bouncers por los pinches gringos. Lucas estaba callado mientras yo intentaba explicar que no teníamos más dinero, que dejaríamos los relojes si tuviéramos o que si era posible abrir una cuenta y firmar, estaba dispuesto a hacerlo. Por supuesto tenia problemas conteniendo la risa mientras decía éstas cosas pero igual era honesto en mi intención.

Los gorilas no compartían mi opinión e intentaron intimidarnos con poses y caras y sonidos propios de lo que la tele nos dice que es un gorila de barcito de mierda.
La pelea fue fantástica y lo mejor era la cara de sorpresa de los tipos cada golpe que recibían, le rompí una botella de gaseosa al gorila número uno y de ahí en adelante fue solo golpearlo hasta que perdió el conocimiento, Lucas le pegó tantas veces en la cara al otro que se corto los nudillos con los dientes partidos del gorila número dos.
Luego le escupió en la cara al administrador y salimos.

Dos policías que habían sido llamados por alguien del bar estaban en la puerta e inmediatamente anduve hacia ellos diciéndoles que habíamos sido atacados y que habían intentado robarnos en aquel antro apestoso a vomito.
Me puse entre los dos agentes y Lucas vino hacia mi, me eche hacia atrás y él empujó a ambos a la vez, cada uno con una mano, ambos cayeron y nosotros corrimos.
¡Puta vida! Cómo corrimos; Corrimos entre los carros en el trancón de la 83 con trece; corrimos por la once ente los buses en movimiento, corrimos hasta el museo del Chicó y seguimos corriendo mucho después de estar seguros que nadie nos perseguía.

Estábamos exhaustos y eufóricos y había que beber algo más, claro que si. Entonces, en la cien con once interpreté ante quienes esperaban transporte, a un inseguro joven que había perdido su dinero sin saber como; Posiblemente lo habían robado en un bus sin que lo notara y necesitaba ayuda para tomar otro bus e ir a casa. Cualquier moneda serviría.

Lucas estaba sentado en una maceta cercana mientras yo explicaba con suma vergüenza como nunca había pedido dinero en la calle y admitía que mi error había sido “tomarme unos tragos”.

Conseguí suficiente para una botella de aguardiente que nos bebimos en menos de una hora.

No recuerdo mucho más de esa noche, tal vez una especie de orgullo a la mañana siguiente. Tal vez nada.




Julián.

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